sábado, julio 15, 2006

La llegada

El avión aterrizó con el ya habitual retraso de dos horas. Se dirigió con calma al area de aparcamiento de la terminal del aeropuerto; con tanta calma que impacientó al resto de pasajeros, se levantaban buscando sus cosas, farfullaban contra compañias, pilotos y huelgas que parecian ser destinadas a hacer daño al usuario final.

Todos se impacientaban menos él; él seguia cruzado de brazos, con la mirada perdia mirando por la ventanilla, fuera el ajetreo era el habitual en un aeropuerto. Se había pasado en esa postura durante todo el vuelo. Nadie era capaz de imaginar lo que pasaba por su mente, la cantidad de problemas que o bien había solucionado, o bien había encontrado, la cantidad de fantasmas contra los que estaba luchando, la cantidad de momentos ya pasados ya fueran buenos o malos que recordaba, nadie se lo podía imaginar.

Pasaron diez minutos, interminables para los viajeros, antes de que abrieran finalmente las puertas del avión y les liberarán de aquella prisión voladora. Salieron todos como almas que lleva el diablo hacia las cintas que les devolverían sus maletas.

Él no tenía maleta, no tenia nada que guardar, todo lo imprenscindible lo llevaba encima, asi que, sediento, sólo pensaba en comprar una botella de agua, encontró su premio en el pequeño bar donde le atendió una hermosa sonrisa sudamericana. Una vez satisfecho su ansia, se dirigió hacía la salida y allí se encontró con los pasajeros de su vuelo y casi todos juntos cruzaron la puerta que les devolvía a la ciudad, que les daba la bienvenida.

Allí había gente de todo tipo pero a él no le esperaba nadie. Ese matrimonio ya anciano no le esperaba a él, sino a su hijo recien llegado de su estancia anual en Londres, se les veía cara de impaciencia y de felicidad. Tampoco era para él ese abrazo de una sinceridad amistosa envidiable, sino era para aquella chica de la falda blanca que visitaba a su amigo. Por supuesto, no recibiría ninguna de esas sonrisas de personitas que no alcanzan el metro treinta de altura, eran propiedad exclusiva de aquel emigrante que volvía a casa a ver a sus sobrinitos. Y ya obviamente, ese beso dado con todas las buenas intenciones y que suplia cualquier palabra o gesto, tampoco le tenía como objetivo; el afortunado era aquel muchachito que había encontrado cuatro dias de tregua laboral para reencontrarse con su media naranja.

Asi que él, cabizbajo y meláncolico por aquella carencia tan importante de recibimiento de gestos y palabras, pero con paso decidido, se subió al taxi que le llevaría a la oficina, otro dia duro de trabajo empezaba.

4 Comments:

Blogger Medio Pomelo said...

Carlos, necesito leer tu post otra vez, es un pelin dificil de entender para mi:) pero acabo de leer un post anterior sobre tus planes de viajar... Si te interesa, check out
www.flickr.com/photos/doraklein2

Son mis recuerdos de la isla verde...

10:15 a. m.  
Blogger Medio Pomelo said...

Acabo de entender lo que escribiste :) Muy bonito! Hay tantas emociones en un aeropuerto, tantas lagrimas y tantas historias...Y la espera en el avion hasta que abren las puertas si puede ser agobiante.

Yo casi prefiero viajar sin todo este agobio, por trabajo, sola. Asi no me da un ataque si el avion esta retrasado o si el tio en frente mia no sale del avion corriendo :)

1:26 p. m.  
Blogger Carlos said...

Gracias Dora por los comentarios!
He visto tu Flickr Page, has estado en Nueva Zelanda, yo voy allí en Septiembre!!! ¿que tal es? ¿muy bonito?

Ya comentaré algunas fotos de tu página!

Por cierto, entiendes bien el castellano o prefieres inglés? El húngaro no lo se jeje

1:48 p. m.  
Blogger Medio Pomelo said...

Carlos, me encantaria leert en Hungaro, hasta entonces castellano o ingles de igaul. :) Y NZ es ace!! Es precioso... totalmente breathtaking... Un 10/10.

11:34 a. m.  

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