sábado, diciembre 23, 2006

Para mi ...

Para mi

Casa de los Aranda
Día de Navidad, un año de estos

Por Navidad se juntaba toda la familia Aranda en la misma casa; no importaba donde viviera cada uno, en que trabajara o que le apetecía, aquel día era especial para todos, era un día mágico; y como tal, no podía faltar nadie salvo (contagiosa) enfermedad.
Allí estaba el abuelo de la familia, el patriarca, padre de tres preciosas niñas que habían crecido hasta rondar todas ahora los cuarenta años. También estaban los respectivos maridos, tres hombres de mediana edad que habían tenido por destino el conocer a aquellas tres mujeres y formar tres familias iguales y diferentes al mismo tiempo. No podían faltar los nueve niños y niñas, de todas las condiciones, había traviesos, rubios, altos, listos, tímidos, espabilados, etc.
Como correspondía a cualquier casa cuyo número de niños supera al de adultos, el alboroto era estremecedor. Los niños, jugaban entusiasmados en la casa armando tal jaleo que la señora Aranda de la casa les tuvo que llamar la atención.


- El abuelito está sólo, ¿por que no vais y le pedís que os cuente un cuento? – gritó sin dirigirse a ningún niño en particular.

- ¡Si! ¡Un cuento! – grito Mario, uno de sus sobrinitos.

Enseguida aquel señor de barba blanca y larga, mirada triste y voz profunda se vio rodeado de casi una decena de niños en busca de un entretenimiento mejor que el de jugar a policías y ladrones para luchar por la paz con imaginarias pistolas. Todos le exigían un cuento, uno de aquellos cuentos tan bonitos y entretenidos que les contaba siempre; uno de aquellos cuentos que además de hacerles pasar un buen rato les hacía pensar y recapacitar sobre algún aspecto de lo que sería su futuro adulto. Gracias a esos cuentos, las tres hijas del anciano señor habían aprendido, sin necesidad de ir a ninguna escuela, algunos de los valores más importantes de sus vidas; y eternamente agradecidas, querían que sus respectivos hijos recibieran aquellos cuentos.

- Os cuento uno pero tenéis que estar en silencio porque a mi edad no puedo levantar la voz, ¿de acuerdo? – empezó a hablar el abuelo.

- ¡Claro! – exclamó Jaime, un niño rubio pecoso – yo quiero uno de dragones y caballeros – siempre quiso ser uno de ellos – que rescaten a princesas. ¿puede ser?

- ¡No! ¡Uno de amor! – le corrigió Sarai, su hermanita mayor.

- ¡Una historia de animales porfi! – Marta intentó levantar la voz lo más que pudo pero el ser la niña más pequeña no le favoreció demasiado - ¡porfi, porfi, porfi! ¡Y prometo que seré más buena este año!

- No son historias, son fábulas, Marta – el abuelo respondió con voz decidida. – os contaré una fábula – Marta era dulce y convincente para cualquier persona, y su abuelo no podía negarse – empieza como todos los cuentos, dice así:

“Erase una vez una inmensa pradera, verde como tus ojos Martita. Esta pradera siempre estaba llena de animales de especies muy diferentes; había animales pequeños como ranas, conejos o ardillas, pero también había animales más grandes como ovejas, vacas o ciervos. Había más animales que os iré presentando poco a poco.
Todos los animales vivían felices en aquella pradera. Eran amigos, muy amigos y como buenos amigos, ¿he dicho que eran amigos?, les gustaba jugar juntos, y así pasaban la mayor parte de todos los días, jugando y divirtiéndose. El resto del día lo pasaban o comiendo o durmiendo plácidas siestas. Eran felices en aquella pradera verde.
Pero un día llegó un animal nuevo a la pradera; este animal era muy tímido y su timidez le impedía acercarse al resto de animales, pero un día sacó fuerzas de su interior y se acercó a hablar con un conejo, y ese día se hicieron amigos el conejo y el nuevo visitante.
El conejo conocía la timidez de su amigo así que reunió a todos los animales de la pradera, excepto al oso perezoso, que haciendo honor a su nombre, por pereza, no asistió a la reunión.

- ¡Amigos míos! ¡Acercaros! Tengo que presentaros a un amigo nuevo que he hecho, pero no será sólo amigo mío sino que será amigo de todos vosotros ya que es simpático y gracioso como cualquiera de nosotros – hablaba el conejo.

- ¿Sí? ¡Que alegría me das! Ya me he cansado de ganar las carreras a la liebre – dijo el galgo, el perro más rápido de la pradera.

- Bueno, me ganas en velocidad pero no en resistencia, amigo galgo – se defendió la liebre.

- Os lo presento ya que es muy tímido – el conejo siguió hablando – de hecho, no es tímido, sino tímida, ya que es una amiga y no un amigo, pero eso no importa. Os anticipo que es más pequeña que tú, amiga rana; y al mismo tiempo es más fuerte que tú, amigo elefante.

La curiosidad se instaló en medio de todos los asistentes a la reunión, hasta que por fin el conejo abrió su patita y enseñó a su nueva amiga.

- Aquí la tenéis, vuestra nueva amiga, la hormiga.

- Ho....hola. ¿Có...como es...es...taís? – la hormiga tartamudeaba, su timidez no le permitía hablar con normalidad.

- ¡Hola, bienvenida! – gritó la oveja

- ¡Hoooooola! – hizo lo propio el búho, que se acababa de levantar y aún no había hablado en todo el día.

Y enseguida, se improvisó una fiesta de bienvenida a la nueva inquilina. Los animales más grandes y fuertes treparon a los árboles para recoger toda la fruta posible, llenaron cubos y cubos de agua en el río que transcurría cerca de la pradera. Y los animales más pequeños se encargaron de los detalles de la fiesta, como era el pintar los carteles, adornar las mesas o simplemente cantar, bien o mal, eso no importaba.
La alegría que acompañaba a cada animal era muy grande: reían, cantaban, bailaban, gritaban, jugaban, saltaban, hablaban, comían, bromeaban ...
La hormiga, muy a su pesar, era el centro de atención de la fiesta, todo el mundo quería jugar con ella, quería tocarla, abrazarla o contarle su mejor chiste.

- Amiga mía, ¿quieres que corramos a toda velocidad hasta aquel río? – el galgo retó a la hormiga a una carrera.

- Me...me gustaría mu...mucho pero pe..peso muy poco ... – la hormiga le respondió.

- ¡No importa! ¡Corramos! – el galgo insistió.

- Bueno, para mi ... para mi ... si que importa – contestó ella, la hormiga.

- ¡Para mi no! Seguramente no corras tan rápido como yo ya que tus patitas pesan poco y no puedes avanzar rápido pero da igual quien gane o pierda, sólo importa pasarlo bien – el galgo cada vez era más insistente.

- Su...supongo que tienes ra...razón – finalmente la hormiga aceptó la carrera.

Echaron a correr y obviamente ganó el galgo, pero se lo pasaron bien y disfrutaron ambos, así que quedaron más contentos de lo que estaban. Después de respirar un momento, se acercó el león, cuyas mandíbulas eran tan fuertes y poderosas que cuando abría la boca, todos los animales suplicaban que no estuviera enfadado el león, pero afortunadamante el león nunca se enfadaba con nadie, era una buena pers ... un buen animal.

- ¿Quieres que compartamos juntos esto? – preguntó el león, mostrando un gran coco, que el mono amablemente le había regalado ya que el león era incapaz de trepar hasta la palmera.

- Si...si, quiero. Pero pe...peso muy poco ... – respondió la hormiga.

- Eso no importa, la ardilla también pesa poco y se come todo lo que ve en los árboles – el león bromeó.

- Bueno, pa..para mi ... para mi ... es importante – le volvió a responder ella.

- De verdad que no, confía en mi. Tu cuerpo es muy pequeño, y pesas muy poco, pero no tienes que comerte la mitad del coco sino lo que quieras– el león deseaba compartir la comida y no pararía de insistir.

- Tienes ra...razón – y la hormiga empezó a mordisquear el coco, como podía ya que apenas podía morder nada.

Finalmente tanto el león como la hormiga se acabaron el coco y cada uno, a pesar de haber comido diferente cantidad, habían quedado igual de satisfechos.

- Es lo bonito de compartir – dijo la ardilla, que era conocida por compartir todo lo que tenía.

La fiesta continuó entre diferentes juegos y actividades, pero el final del día se acercaba, y aunque estaban divirtiéndose mucho, todos los animales estaban cansados así que pensaron que era hora de irse a descansar.

- Hola amiga hormiga – dijo la rana – casi no hemos hablado, pero te veo cansada, muy cansada.

- Si, la verdad que si. Me lo he pasado tan bien que me había olvidado del cansancio – la hormiga ya no tartamudeaba.

- Conozco un lugar muy bueno para dormir. Es un sitio suave, tranquilo y donde no se pasa nada de frío – siguió hablando la rana – y es allí, encima del pecho del oso perezoso; si de día casi ni se mueve, imagínate de noche, cuando se siente cansado, es el sitio más tranquilo y seguro que puedas imaginar.

- Si, es buena idea pero peso muy poco ... – la hormiga estaba preocupada.

- No importa. ¿es que los que pesáis poco no tenéis derecho a dormir? – respondió la rana.

- Ya, pero para mi es importante ... – empezó a decir la hormiga.

- Incluso es mejor porque así no le harás daño, ¡imagínate si el elefante decidiera dormir encima del oso perezoso! – le interrumpió la rana.

- ¡Ja ja ja! – la hormiga también estalló a reír imaginándose la escena del elefante subido encima del oso perezoso - ¡ja ja ja! ¡Qué graciosa eres, amiga ranita! Pero aun así, es muy importante, para mi, y te voy a decir por que lo es ...

Pero la rana no le dejo terminar la frase y cogió rápidamente a la hormiguita y la llevó hasta el pecho del oso perezoso.

- Hasta mañana, amiga mía – se despidió la rana.

El oso perezoso dormía profundamente, tan profundamente que cada vez que respiraba expulsaba gran cantidad de aire. Y este aire era tan fuerte con respecto al poco peso de la hormiga que la levantó en el aire y la empujó lejos, muy lejos.
Todos los animales que en ese momento estaban contemplando a la hormiga y la rana, vieron como aquel cuerpecito negro se alejaba y se perdía detrás de las nubes. Todos se entristecieron mucho, la fiesta se había acabado.”

- Y colorín colorado – el abuelo empezó la frase en un tono alto – este cuento se ha acabado – y la terminó casi susurrando.

- ¿Y que pasó con la hormiga? ¿Volvió? – preguntó Martita.

- No, no se sabe nada de lo que pasó – respondió el abuelo.

La señora Aranda interrumpió la conversación para pedir a todos los niños que se sentaran a la mesa, la comida estaba lista.Y así hicieron todos, se sentaron alrededor de aquella gigantesca mesa redonda, delante tenían la tradicional sopa caliente que la señora Aranda guisaba con tanto cariño para toda la familia.

- Entonces tiene un final triste – Martita seguía recordando la fábula de la hormiga, casi lloraba.

- No, no lo tiene, tampoco lo tiene feliz – Jaime la tranquilizaba – cada uno le puede poner el final que quiera, a lo mejor la hormiga ayudada por su amiga la gaviota aterrizó en la misma pradera y volvieron a disfrutar de su amistad.

- Abuelo, ¿qué quiere decir este cuento? – Alejandra, la niña más curiosa preguntó.

- Pues es muy sencillo ... – el abuelo le intento explicar el mensaje de aquella fábula.

- Alejandra, ve comiendo por favor, que se te enfría la sopa – su madre le riñó.

- No, no me gusta. Deja que el abuelo me termine de contar la moraleja – gruño Alejandra.

- Tata, por favor ... es importante ...para mamá – interrumpió Martita, con su voz dulce.

Alejandra miró a su abuelo, y este le guiñó el ojo izquierdo.

- Cuando acabe este, ¿puedo tomar otro plato de sopa? – sonrió abiertamente Alejandra.


Carlos (16 Diciembre 2006)

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

A veces tendríamos que dar algo más de importancia a las cosas que son importantes para el resto (aunque no para nosotros) :)

Besitos CALOH!

Feliz Navidad :)

1:29 p. m.  

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