lunes, diciembre 25, 2006

Fin de Año

Algunos piensan que estoy siempre de vacaciones, que tengo más vacaciones que nadie; pero no es cierto, tengo los mismos días que mis compañeros de trabajo, lo que pasa que yo no me quedo en casa cuando cojo vacaciones. Cada uno tiene diferentes formas de descansar, de recuperarse del trabajo o de disfrutar su ocio ... y la forma que más me descansa a mi, es viajar.

En cada viaje, largo o corto vengo totalmente recuperado, vengo mejor físicamente y psicologicamente. Y descanso porque en la mente está casi todo lo que sentimos, y el tener la mente haciendo cosas que al cuerpo le gusta, por mucho que externamente parezca que cansen, interiormente no lo es, al menos para mi. Mi mente manda, mi cuerpo obedece :D

Asi que yo, fiel a mi tónica habitual, mañana me voy de vacaciones, sólo 10 dias pero ya me sabe a mucho. Marruecos es el destino elegido para pasar la última semana del 2006 y la primera del 2007, con un cambio de año bajo un cielo diferente al que estoy acostumbrado.

No espero, sino que lo se, que lo voy a pasar bien y que voy a disfrutar :D

¡Nos vemos a la vuelta!

Salam Aleikum!!

sábado, diciembre 23, 2006

Para mi ...

Para mi

Casa de los Aranda
Día de Navidad, un año de estos

Por Navidad se juntaba toda la familia Aranda en la misma casa; no importaba donde viviera cada uno, en que trabajara o que le apetecía, aquel día era especial para todos, era un día mágico; y como tal, no podía faltar nadie salvo (contagiosa) enfermedad.
Allí estaba el abuelo de la familia, el patriarca, padre de tres preciosas niñas que habían crecido hasta rondar todas ahora los cuarenta años. También estaban los respectivos maridos, tres hombres de mediana edad que habían tenido por destino el conocer a aquellas tres mujeres y formar tres familias iguales y diferentes al mismo tiempo. No podían faltar los nueve niños y niñas, de todas las condiciones, había traviesos, rubios, altos, listos, tímidos, espabilados, etc.
Como correspondía a cualquier casa cuyo número de niños supera al de adultos, el alboroto era estremecedor. Los niños, jugaban entusiasmados en la casa armando tal jaleo que la señora Aranda de la casa les tuvo que llamar la atención.


- El abuelito está sólo, ¿por que no vais y le pedís que os cuente un cuento? – gritó sin dirigirse a ningún niño en particular.

- ¡Si! ¡Un cuento! – grito Mario, uno de sus sobrinitos.

Enseguida aquel señor de barba blanca y larga, mirada triste y voz profunda se vio rodeado de casi una decena de niños en busca de un entretenimiento mejor que el de jugar a policías y ladrones para luchar por la paz con imaginarias pistolas. Todos le exigían un cuento, uno de aquellos cuentos tan bonitos y entretenidos que les contaba siempre; uno de aquellos cuentos que además de hacerles pasar un buen rato les hacía pensar y recapacitar sobre algún aspecto de lo que sería su futuro adulto. Gracias a esos cuentos, las tres hijas del anciano señor habían aprendido, sin necesidad de ir a ninguna escuela, algunos de los valores más importantes de sus vidas; y eternamente agradecidas, querían que sus respectivos hijos recibieran aquellos cuentos.

- Os cuento uno pero tenéis que estar en silencio porque a mi edad no puedo levantar la voz, ¿de acuerdo? – empezó a hablar el abuelo.

- ¡Claro! – exclamó Jaime, un niño rubio pecoso – yo quiero uno de dragones y caballeros – siempre quiso ser uno de ellos – que rescaten a princesas. ¿puede ser?

- ¡No! ¡Uno de amor! – le corrigió Sarai, su hermanita mayor.

- ¡Una historia de animales porfi! – Marta intentó levantar la voz lo más que pudo pero el ser la niña más pequeña no le favoreció demasiado - ¡porfi, porfi, porfi! ¡Y prometo que seré más buena este año!

- No son historias, son fábulas, Marta – el abuelo respondió con voz decidida. – os contaré una fábula – Marta era dulce y convincente para cualquier persona, y su abuelo no podía negarse – empieza como todos los cuentos, dice así:

“Erase una vez una inmensa pradera, verde como tus ojos Martita. Esta pradera siempre estaba llena de animales de especies muy diferentes; había animales pequeños como ranas, conejos o ardillas, pero también había animales más grandes como ovejas, vacas o ciervos. Había más animales que os iré presentando poco a poco.
Todos los animales vivían felices en aquella pradera. Eran amigos, muy amigos y como buenos amigos, ¿he dicho que eran amigos?, les gustaba jugar juntos, y así pasaban la mayor parte de todos los días, jugando y divirtiéndose. El resto del día lo pasaban o comiendo o durmiendo plácidas siestas. Eran felices en aquella pradera verde.
Pero un día llegó un animal nuevo a la pradera; este animal era muy tímido y su timidez le impedía acercarse al resto de animales, pero un día sacó fuerzas de su interior y se acercó a hablar con un conejo, y ese día se hicieron amigos el conejo y el nuevo visitante.
El conejo conocía la timidez de su amigo así que reunió a todos los animales de la pradera, excepto al oso perezoso, que haciendo honor a su nombre, por pereza, no asistió a la reunión.

- ¡Amigos míos! ¡Acercaros! Tengo que presentaros a un amigo nuevo que he hecho, pero no será sólo amigo mío sino que será amigo de todos vosotros ya que es simpático y gracioso como cualquiera de nosotros – hablaba el conejo.

- ¿Sí? ¡Que alegría me das! Ya me he cansado de ganar las carreras a la liebre – dijo el galgo, el perro más rápido de la pradera.

- Bueno, me ganas en velocidad pero no en resistencia, amigo galgo – se defendió la liebre.

- Os lo presento ya que es muy tímido – el conejo siguió hablando – de hecho, no es tímido, sino tímida, ya que es una amiga y no un amigo, pero eso no importa. Os anticipo que es más pequeña que tú, amiga rana; y al mismo tiempo es más fuerte que tú, amigo elefante.

La curiosidad se instaló en medio de todos los asistentes a la reunión, hasta que por fin el conejo abrió su patita y enseñó a su nueva amiga.

- Aquí la tenéis, vuestra nueva amiga, la hormiga.

- Ho....hola. ¿Có...como es...es...taís? – la hormiga tartamudeaba, su timidez no le permitía hablar con normalidad.

- ¡Hola, bienvenida! – gritó la oveja

- ¡Hoooooola! – hizo lo propio el búho, que se acababa de levantar y aún no había hablado en todo el día.

Y enseguida, se improvisó una fiesta de bienvenida a la nueva inquilina. Los animales más grandes y fuertes treparon a los árboles para recoger toda la fruta posible, llenaron cubos y cubos de agua en el río que transcurría cerca de la pradera. Y los animales más pequeños se encargaron de los detalles de la fiesta, como era el pintar los carteles, adornar las mesas o simplemente cantar, bien o mal, eso no importaba.
La alegría que acompañaba a cada animal era muy grande: reían, cantaban, bailaban, gritaban, jugaban, saltaban, hablaban, comían, bromeaban ...
La hormiga, muy a su pesar, era el centro de atención de la fiesta, todo el mundo quería jugar con ella, quería tocarla, abrazarla o contarle su mejor chiste.

- Amiga mía, ¿quieres que corramos a toda velocidad hasta aquel río? – el galgo retó a la hormiga a una carrera.

- Me...me gustaría mu...mucho pero pe..peso muy poco ... – la hormiga le respondió.

- ¡No importa! ¡Corramos! – el galgo insistió.

- Bueno, para mi ... para mi ... si que importa – contestó ella, la hormiga.

- ¡Para mi no! Seguramente no corras tan rápido como yo ya que tus patitas pesan poco y no puedes avanzar rápido pero da igual quien gane o pierda, sólo importa pasarlo bien – el galgo cada vez era más insistente.

- Su...supongo que tienes ra...razón – finalmente la hormiga aceptó la carrera.

Echaron a correr y obviamente ganó el galgo, pero se lo pasaron bien y disfrutaron ambos, así que quedaron más contentos de lo que estaban. Después de respirar un momento, se acercó el león, cuyas mandíbulas eran tan fuertes y poderosas que cuando abría la boca, todos los animales suplicaban que no estuviera enfadado el león, pero afortunadamante el león nunca se enfadaba con nadie, era una buena pers ... un buen animal.

- ¿Quieres que compartamos juntos esto? – preguntó el león, mostrando un gran coco, que el mono amablemente le había regalado ya que el león era incapaz de trepar hasta la palmera.

- Si...si, quiero. Pero pe...peso muy poco ... – respondió la hormiga.

- Eso no importa, la ardilla también pesa poco y se come todo lo que ve en los árboles – el león bromeó.

- Bueno, pa..para mi ... para mi ... es importante – le volvió a responder ella.

- De verdad que no, confía en mi. Tu cuerpo es muy pequeño, y pesas muy poco, pero no tienes que comerte la mitad del coco sino lo que quieras– el león deseaba compartir la comida y no pararía de insistir.

- Tienes ra...razón – y la hormiga empezó a mordisquear el coco, como podía ya que apenas podía morder nada.

Finalmente tanto el león como la hormiga se acabaron el coco y cada uno, a pesar de haber comido diferente cantidad, habían quedado igual de satisfechos.

- Es lo bonito de compartir – dijo la ardilla, que era conocida por compartir todo lo que tenía.

La fiesta continuó entre diferentes juegos y actividades, pero el final del día se acercaba, y aunque estaban divirtiéndose mucho, todos los animales estaban cansados así que pensaron que era hora de irse a descansar.

- Hola amiga hormiga – dijo la rana – casi no hemos hablado, pero te veo cansada, muy cansada.

- Si, la verdad que si. Me lo he pasado tan bien que me había olvidado del cansancio – la hormiga ya no tartamudeaba.

- Conozco un lugar muy bueno para dormir. Es un sitio suave, tranquilo y donde no se pasa nada de frío – siguió hablando la rana – y es allí, encima del pecho del oso perezoso; si de día casi ni se mueve, imagínate de noche, cuando se siente cansado, es el sitio más tranquilo y seguro que puedas imaginar.

- Si, es buena idea pero peso muy poco ... – la hormiga estaba preocupada.

- No importa. ¿es que los que pesáis poco no tenéis derecho a dormir? – respondió la rana.

- Ya, pero para mi es importante ... – empezó a decir la hormiga.

- Incluso es mejor porque así no le harás daño, ¡imagínate si el elefante decidiera dormir encima del oso perezoso! – le interrumpió la rana.

- ¡Ja ja ja! – la hormiga también estalló a reír imaginándose la escena del elefante subido encima del oso perezoso - ¡ja ja ja! ¡Qué graciosa eres, amiga ranita! Pero aun así, es muy importante, para mi, y te voy a decir por que lo es ...

Pero la rana no le dejo terminar la frase y cogió rápidamente a la hormiguita y la llevó hasta el pecho del oso perezoso.

- Hasta mañana, amiga mía – se despidió la rana.

El oso perezoso dormía profundamente, tan profundamente que cada vez que respiraba expulsaba gran cantidad de aire. Y este aire era tan fuerte con respecto al poco peso de la hormiga que la levantó en el aire y la empujó lejos, muy lejos.
Todos los animales que en ese momento estaban contemplando a la hormiga y la rana, vieron como aquel cuerpecito negro se alejaba y se perdía detrás de las nubes. Todos se entristecieron mucho, la fiesta se había acabado.”

- Y colorín colorado – el abuelo empezó la frase en un tono alto – este cuento se ha acabado – y la terminó casi susurrando.

- ¿Y que pasó con la hormiga? ¿Volvió? – preguntó Martita.

- No, no se sabe nada de lo que pasó – respondió el abuelo.

La señora Aranda interrumpió la conversación para pedir a todos los niños que se sentaran a la mesa, la comida estaba lista.Y así hicieron todos, se sentaron alrededor de aquella gigantesca mesa redonda, delante tenían la tradicional sopa caliente que la señora Aranda guisaba con tanto cariño para toda la familia.

- Entonces tiene un final triste – Martita seguía recordando la fábula de la hormiga, casi lloraba.

- No, no lo tiene, tampoco lo tiene feliz – Jaime la tranquilizaba – cada uno le puede poner el final que quiera, a lo mejor la hormiga ayudada por su amiga la gaviota aterrizó en la misma pradera y volvieron a disfrutar de su amistad.

- Abuelo, ¿qué quiere decir este cuento? – Alejandra, la niña más curiosa preguntó.

- Pues es muy sencillo ... – el abuelo le intento explicar el mensaje de aquella fábula.

- Alejandra, ve comiendo por favor, que se te enfría la sopa – su madre le riñó.

- No, no me gusta. Deja que el abuelo me termine de contar la moraleja – gruño Alejandra.

- Tata, por favor ... es importante ...para mamá – interrumpió Martita, con su voz dulce.

Alejandra miró a su abuelo, y este le guiñó el ojo izquierdo.

- Cuando acabe este, ¿puedo tomar otro plato de sopa? – sonrió abiertamente Alejandra.


Carlos (16 Diciembre 2006)

domingo, diciembre 17, 2006

La foto



La foto

El día era de perros. Fuera nevaba sin piedad, desde la ventana apenas se podía ver los árboles situados a cinco metros de distancia. En cambio dentro, todo era perfecto, la música, el cuero de los sillones y sobre todo, el calor de la chimenea, hacían de la sala, uno de los mejores lugares para pasar aquel crudo invierno.

Sin embargo, él estaba preocupado, muy preocupado por su amigo. Y este tipo de días, le hacían pensar las penurias que podría estar pasando, o quizás no las estaba pasando, pero el no saber nada era lo que le preocupaba. Se fue hace años, tras una conversación aparentemente normal, pero cuyo trasfondo era enorme. Intuyeron que aquellas vacaciones no serían como las anteriores. Y ambos lo sabían pero no dijeron nada, un último abrazo selló la despedida.

- Toma – su mujer, rompió el silencio – esto estaba en la puerta. Supongo que será para ti, casi se lo come el perro. Por cierto, deja de pensar en él, estará bien, siempre fue fuerte y sabe apañarselas en cualquier situación.

Le entregó un paquete. El paquete simplemente era una caja, vieja y polvorienta, del tamaño de una caja de zapatos. No estaba envuelto en papel de colores, ni relucía, ni pesaba, nada, una simple caja.

Dentro del paquete, envuelto con cuerdas deshilachadas y debajo de una capa de polvo, estaba la foto en cuestión.

La incredulidad llegó a su cara, y se alojó en ella durante unos instantes, pero después se le iluminó la cara, las recientes arrugas de la cara se transformaron en la piel de un bebé; los ojos se le abrieron y le brillaron, incluso al ponerse de pie parecía haber crecido. La foto fue la culpable de aquel cambio.

Se abalanzó y estrujó a su mujer en abrazos y besos como (casi) nunca. Ella también lo había pasado mal y ahora sin saber porqué, al recibir esas caricias, se sentía llena y feliz.

- Se acabó su búsqueda. “Lo” ha encontrado – susurró al oido a su mujer, casi convirtiendo cada una de las letras en un beso.
- Me alegro .... supongo.

Y así, enganchados, permanecieron durante segundos, ¿o fueron minutos? Nadie lo sabe.

- Vuelvo a la hora de la comida, voy a pasear. – llenó su cara de castos besos y se despidió.
- Aquí te espero – correspondió ella - Abrigate, hace mucho frio.

Mientras él se colocaba el abrigo, los guantes y el gorro; ella cogió la foto y la miró detenidamente, no era una foto conocida, no aparecían personas, no era la foto tipica de dos amigos borrachos abrazados, no era casi ni bonita. No era nada, era una foto simplemente de una señal, de un cartel con flechas apuntando hacía varias direcciones. No entendía nada, se sintió ignorante por completo.

- No te preocupes, es difícil ver el significado, pero lo tiene. Sólo hay que "mirar" ... pero para dentro ;-) - Y con una amplia sonrisa, cerró cuidadosamente la puerta.

// Carlos

miércoles, diciembre 13, 2006

Queda prohibido ....


"Prohibido jugar al fútbol" - decía el cartel de aquella desconchada pared.

Existen en su barrio cientos, quizás miles, de plazas similares en formas y dimensiones a esta; un barrio cuyas calles están construidas con escrupulosas reglas, y que hacen del ángulo recto un recurso repetitivo. Grandes y toscos edificios dan forma en sus bajos inmumerables plazas, conmumente llamadas entre los niños "cuadrados". Plazas ideales para crecer y convivir de forma socializada ... pero esta plaza, o cuadrado, es diferente, gracias a ese cartel dicen algunos, otros cambian el agradecimiento por la culpabilidad pero lo cierto, es que es diferente.

Y a él, cada vez que pasa por ahi, se le llena la mente de imagenes en blanco y negro de un niño pequeño y rechoncho jugando en un potrero, envuelto en taquitos y gambetas en los suburbios del Gran Buenos Aires; o a ese otro morenito lanzando paredes contra, curiosamente, casas sin ellas. Y como no, la de aquel espigado holandés, más afortunado que el resto, por haber nacido en el viejo continente, pero con el mismo talento en los pies. Se emociona imaginando los inicios de aquellos niños también holandeses que luego decidieron dejar el fútbol de calle y dedicarse a ganar partidos oficiales; y remata los pensamientos rememorando las subidas de un diestro italiano pero conduciendo el balón con la zurda, o la prodigiosa mente de un maestro alemán retrasando su posición cual estratega militar para dirigir a los diez compañeros hacia la victoria ... tantos recuerdos que se truncan simplemente por un cartel.

Pasan los años y ahi sigue el cartel. Pero él, que tiene una injusta fama de despistado, ya que realmente observa lo que le interesa, no tiene que afinar mucho el oido para oir el botar del balón de esos tres niños que juegan todas las tardes desde hace meses en una plazita cinco metros distante de esta. Ese sonido es un regalo a sus sentidos y como regalo, lo agradece con lo mejor que tienen las personas, con el corazón.

viernes, diciembre 01, 2006

El caballero

El caballero

El sordo golpear del último cuerpo contra el suelo fue el último sonido que se oyó; después el silencio se hizo dueño y señor de aquel lugar, los truenos cesaron y las nubes se alejaron velozmente. La batalla, otra más, había terminado y de nuevo él, había salido victorioso.

De lejos, desde el pueblo, el contorno de su figura recortaba un atardecer que hubiera sido hermoso sino hubiera existido tan cruel batalla. Permanecía inmóvil, de pie, con sus manos sobre la espada clavada en el suelo. Era una postura habitual en él tras cada batalla, solemne como nadie se podía imaginar; parecía que escudriñaba cada milímetro del campo de batalla para, algunos pensaban, recordar exactamente que había pasado y nutrirse de ese conocimiento para la siguiente batalla. Pero jamás nadie le preguntaba, quizás por miedo a interrumpirle; su carácter nunca había sido grosero contra nadie pero no se atrevían, pensaban que en esa tarea, un verdadero caballero no podía ser molestado y le respetaban, o eso pensaban.

Sin embargo, se acercaron y se colocaron detrás de él. De cerca, se intuía el calor que desprendía, el acero de la armadura se había calentado con los golpes del resto de espadas. De esta misma armadura, resbalaba mucha sangre hasta el suelo, de forma que casi mágicamente se le iba el tono rojo y lo cambiaba por un plateado deslumbrante en un día soleado.

Seguía inmóvil, el único sonido era el del ondear de las banderas; el resto era un inmenso silencio que exigía tener valor casi sobrehumano para romperlo.

Los pocos que lo sentían cerca lo miraban con la alegría habitual de cada victoria, una media sonrisa era esbozada en cada cara. Algunos pensaban ya en como reconstruir todo lo que había sido derruido en el futuro, otros en como mejorar la defensa del pueblo ante la siguiente amenaza. Internamente, cada uno de ellos había ya recorrido unos días en el tiempo, y vivían ya en el futuro, olvidándose del presente.

De repente se llevó una mano al barbote de acero, lo hizo rechinar y se lo quitó, dejando al descubierto su poderosa mandíbula, abierta para buscar oxigeno fuera de aquel claustrofóbico yelmo. Enseguida se lo quitó y lo dejó caer al suelo, rodó unos metros y se paró delante suya. Empezó torpemente a quitarse el resto de la armadura. La gente no hizo mucho esfuerzo para conocer sus intenciones así que se abalanzaron hacia él, prestos a ayudarle para que se librara de aquella pesada armadura. Cada uno se centró en la parte que mejor conocía, porque cada pieza era propia de alguien y había sido colocada minuciosamente antes de la batalla por ese mismo alguien.

Finalmente, quedó el caballero libre de tan pesada carga. Vestido con su, ahora si, suya, fina cota de malla de aros entrelazados, unidos ciegamente para proteger las partes más sensibles de cuerpo. A pesar de sentirse ligero, apenas se movía, y cuando lo hacía era con movimientos torpes y lentos, impropios de un caballero.

El viento cambió bruscamente de dirección, y se formó una corriente de aire frío que calaba cualquier tipo de tejido; casi simultáneamente multitud de escalofríos recorrieron el cuerpo de cada presente, ya fuera niño, mujer, hombre o anciano.

Dio dos pasos adelante pero el tercero no pudo darlo, en su lugar clavó la rodilla en la tierra, con una mano se agarraba el corazón. Con el brazo contrario se sujetaba la frente, apoyada en la rodilla que quedaba en el aire, miraba el suelo. Se dijo para si mismo que había perdido la batalla. El sufrimiento interior era inimaginable incluso para un soñador. Tras interminables segundos, levantó la vista, la levantó hacia el cielo, hacia el sol, hacia las incrédulas miradas del resto, hacia las copas desiertas de hojas de los árboles, hacia los buitres que rondaban en circulo tras el olor de la carne humana ... no miraba nada ni nadie en concreto. No decía nada, pensaba que sus lágrimas dirían todo en un lenguaje que traspasaba las fronteras de cualquier reino y por tanto entendible hasta por la inocente sonrisa de un recién nacido. Sabía que había perdido. Imploró piedad, pidió perdón y de esa forma, rodilla a tierra, y la mirada lejos, en la tormenta que se alejaba, se rindió; se rindió a la vida.

Se rindió de forma inexplicable para el resto de la gente; todos y cada uno miraban la pieza de armadura que sostenían entre sus manos y no vieron una pizca de imperfección, ya no quedaba sangre, polvo o golpes. El estado era perfecto para una nueva batalla, inconscientemente se vieron colocando de nuevo esas piezas sobre aquel caballero, duro y pétreo ante la siguiente batalla; pero de repente se dieron cuenta que ya no podría ser, porque se había rendido de forma inexplicable cuando tenia toda su armadura perfecta y nada intuía una derrota, habían confiado en él y ahora se sentían defraudados.

Casi al unísono, tiraron las piezas de armadura al suelo y se dieron la vuelta de forma brusca, dirigiéndose al pueblo, quien sabe con que fin.

Solo él, un niño de movimientos desgarbados y atípicos, que habia observado toda la escena, y que había sido encontrado en las afueras hace unos dias, y por tanto no conocía a nadie en el pueblo, ni por supuesto no sabía nada de batallas, armaduras, victorias o sangre, se acercó tímidamente a él. Le puso la mano en el pecho y notó como decenas de aros de la cota de malla se habían abierto, dejando una herida imposible de describir en el corazón y ahora sí, entendió el mensaje y se alejó del lugar, pero lo hizo de nuevo, hacia las afueras y no hacia el pueblo
.

Carlos,
01 de Diciembre de 2006